ENSÉÑAME CÓMO AMAR | CAPÍTULO 1: LLUVIA Y LIMÓN ☔

by - marzo 21, 2020


Diana se come un sandwich de atún de un Seven Eleven sentada en una banquita de la terminal de buses de Seúl, en Corea, mientras espera que su celular cargue. Sus piernas se mueven desesperadamente de arriba a abajo, mientras intenta matar el tiempo contando los miles de zapatos que vienen y van, de un lado a otro, como olas que se pierden entre los equipajes. Diana resopla y mira el reloj cuyas manecillas parecen detenidas en el mismo punto. Después de un día duro de viaje y de empacar maletas en el dormitorio donde vivió por un año aprendiendo coreano, quiere salir lo más rápido posible de la terminal. 

Delante suyo una anciana habla con su nieta quien juega con la manija de su maletín de Pororo. Un señor con traje habla por celular y camina de un lado a otro moviendo sus manos con rapidez. Diana sigue sus pasos acompasados, hasta que, sin darse cuenta, se queda dormida. El bullicio de un grupo de ancianos llegando de alguna escalada, la despierta de repente. No sabe por cuánto tiempo ha dormido pero el paisaje ha cambiado por completo y en lugar de la anciana con la niña, ahora se encuentra una joven que lee una revista de modas. Diana enciende su móvil: cargado al 100. Cansada, se levanta de su asiento y recoge el equipaje del suelo. "A partir de ahora, empiezo una nueva vida... de nuevo" se dice a sí misma y esboza una débil sonrisa tratando de disimular un poco el miedo ante lo desconocido. 




En el camino a la salida, Diana se da cuenta de la cantidad de rostros tristes y felices allí reunidos. Los sonidos de reencuentros y las lágrimas de emoción le regresan la imagen de sus padres despidiéndose de ella como si no hubiera un mañana. Su madre, anegada en lágrimas, le da la bendición por enésima vez en el corredor del aeropuerto, mientras su padre, la mira fijamente como si dibujara un retrato de ella para sí mismo. Frente a la entrada principal de la terminal, la brisa fría de principios de primavera seca sus lágrimas al instante. Sus brazos cansados y el dolor de espalda la obligan a abortar la idea de tomar el tren y toma el primer taxi estacionado. 

El carro arranca suavemente. Diana inhala y exhala profundamente el aire un poco húmedo de Seúl, y relaja poco a poco su cuerpo contra el asiento. Cierra los ojos tratando de recordar el sonido de su gente, sus amigos y sus cosas. Su corazón se arruga un poco, no puede evitar extrañar su país. Y en ese momento se da cuenta de que está sola, que no tiene nada. Ahora es una pequeña hoja que vuela al azar del viento, sin timón ni brújula. Diana abre los ojos y mira a través de la ventanilla cómo los edificios de Seúl parecen camuflarse con el cielo nocturno sin estrellas. Ya no hay vuelta atrás, dice en un susurro. El taxista, en sus cuarentas, conduce despacio y en silencio entre las multitudes de calles desconocidas en medio de la noche. El taxímetro comienza a aumentar cada vez más y Diana se da cuenta de que es más de lo que imaginaba. 

      - Disculpe - le dice al taxista en un coreano decente - ¿estamos cerca de la dirección El taxista la mira sorprendido por el retrovisor. No lo esperaba de una extranjera, pero no le dice nada. 

      - A unas pocas cuadras ¿quiere que la deje ahí?
      - Por favor 


El carro se detiene en una esquina de la vía de Itaewon. Diana desciende del taxi y se estira para liberar el estrés. Lleva un jean y una camisa blanca sencilla, su cabello castaño oscuro está atado en una coleta y aparte de su bolso de cuero, lleva en el maletero todo su equipaje y los sueños de una nueva vida. Mira en redondo, la calle está atestada de restaurantes internacionales y cafeterías una detrás de la otra, en hileras. A su alrededor sólo pasan personas y mujeres en mini falda riéndose y tapándose la boca con sus delgadas manos. El taxista abre el maletero y baja el equipaje. Diana abre la cartera y paga con tarjeta de crédito. 

      - Que tenga buen viaje - le dice el taxista en un tono amable y le devuelve el cambio. Diana observa la tarjeta en su mano por un instante, como si buscara en ella, algo que parece pasar por alto. El taxi arranca, y en ese momento, ella lo recuerda: ¿cómo llego a mi casa?


      - ¡Espere un momento! - grita mientras corre detrás del taxi. Pero es demasiado tarde, el taxi coge la curva y desaparece de vista

Diana suspira y da una vuelta completa a su alrededor intentando ubicarse. En frente suyo hay una pequeña callecita limitada por un pequeño restaurante de mandu [1] y un almacén de ropa. A su izquierda y derecha un especioso andén y detrás suyo una gran avenida ¿por dónde comienzo?

Saca el celular del bolsillo y revisa la dirección de su nueva casa. Mira a un lado y después al otro. Preocupada, se muerde el labio inferior. No le queda otra opción más que caminar por entre las calles hasta encontrarla. Fastidiada, intenta sacar la manija de la maleta, pero es inútil. La examina buscando alguna marca de golpe e intenta de nuevo. Nada, está atascada. ¡Mierda! De repente, la noche parece pasar más lentamente y la callejuela, de alguna manera, se torna más infinita. Enojada por su mala suerte, se agacha y se aprieta la sienes con la punta de los dedos, tratando de pensar en alguna solución. Y en ese instante, un par de botas militares se detienen en frente suyo, primero una y después la otra ¿Miguel? Diana sube la vista lentamente. Un jean gris oscuro y una camisilla del mismo color debajo de un grueso gabán azul oscuro. ¿Y después? Un rostro. Un rostro como los ángeles. Tan cerca, tan cerca de ella... Diana traga saliva con pesadez. Unos ojos almendrados, grandes y negros como la tinta china chocan contra los suyos.  

Su respiración se corta por un instante, mientras contempla asombrada aquel adonis que la mira fijamente con las manos metidas en los bolsillos de su abrigo. Su quijada perfilada, la suave curva de sus labios carnosos y sonrosados, el ángulo de sus pómulos, sus pestañas espesas y negras y una mirada profunda y fría como un lago invernal congelado. Un escalofrío recorre todo su cuerpo, y sorprendida, Diana se levanta de un salto y se aparta. Su corazón late deprisa y sus mejillas se tornan cálidas. El chico saca lentamente su mano derecha del bolsillo y señala la maleta. 

      - Parece que necesitas ayuda

Su voz es gruesa, fuerte, confiada. Diana se paraliza y carraspea un poco la garganta para aclarar su voz. 

      - Estoy bien. Todo lo que esto necesita es un poco de fuerza - le dice en coreano al tiempo que intenta sacar la manija con todas sus fuerzas, pero queda totalmente en ridículo ¿Qué estás haciendo, tonta? 

       - Si sigues así vas a dañar la maleta y te lastimarás las manos

Diana se detiene y se observa las manos ya enrojecidas. Él se agacha y examina un poco la maleta por ambos lados minuciosamente. 

       - No está rota. Parece que algo adentro la atascó
       - ¿tengo que sacar todas mis cosas?
     - No creo que sea necesario. Déjame intentar algo. Tal vez si necesite un poco más de fuerza. 

El chico se levanta y agarrando la manija con fuerza, la saca de un tirón. Diana lo mira sorprendida y aliviada. 

       - Wow ¡Muchas gracias!
       - No es nada

Pero antes de que el chico continuara su camino, Diana recuerda algo y lo detiene del brazo. 

       - ¡Espera! - Él regresa la mirada. Diana se avergüenza un poco y le suelta el brazo de inmediato - pues... verás... estoy un poco perdida ¿podrías ayudarme a ubicarme un poco en google maps? La verdad no entiendo muy bien las indicaciones que da esta aplicación. Lo siento mucho. 

El chico se acerca, revisa las indicaciones y luego observar fijamente como si quisiera buscar algo en su interior. Su mirada es tan profunda que a Diana se le dispara el corazón y, hecha un manojo de nervios, desvía la suya. El chico no dice nada, y en cambio, empuja la maleta un poco hacia atrás con el pie y agarrándola por el asa, se adentra con ella por la callecita. 


          - ¡Espere! ¿va a acompañarme? - le pregunta ella tratando de seguir sus pasos
       - Si le digo por donde ir, tal vez se pierda. Aunque tengas Google Maps incluso los taxistas se suelen perder. 
         - Ah, no tiene que hacerlo... no quiero gastar su tiempo
      - No es muy lejos, sólo recuerde bien por dónde vamos además tengo tiempo de sobra, no se preocupe. 

En el camino, y de vez en cuando, Diana se vuelve hacia él intentando consumir aquél corto instante. Lo mira en detalle. Es un hombre joven, tal vez en su veintena, alto y esbelto, con un perfil bien tallado. Su cabello es de un tono cobrizo oscuro con un corte de moda y un porte similar al de un modelo de pasarela. Diana lo imagina con su cabello tirado hacia atrás, un traje Haute Couture y una bella rubia a su lado. Sí, definitivamente es de ese estilo. Y posee un aura imponente e irreal. Pero todo es real, él lleva su maleta, y ella, tan común y corriente, camina por su lado por una calle que huele a kimchi y a soju. 

         - ¿recuerda la ruta? - pregunta él con la mirada fija en el camino
         - ¿ah?... - Diana despabila y se da cuenta que ha caminado distraída todo ese tiempo - ¡ah!... claaaro - miente avergonzada - por cierto ¿es usted algún cantante o algo así? 

El hombre la mira de reojo y frunce el ceño. Ah... ¡tonta! ¿qué demonios le estás preguntando? ¿y si se trata de alguna celebridad? Pensará que eres una fan loca y has aprovechado una oportunidad para acercársele y... 

         - Claro que no - responde él con una sonrisa encantadora, aunque no logra iluminar su mirada - soy una persona común y corriente. 
            - ya veo... - responde Diana conteniendo la respiración

¡Dios... por favor para de preguntar estupideces y concéntrate en el camino!

        - ¿y qué te ha traído a Corea? - pregunta el chico con una voz cálida

        - Haré mi maestría en diseño de interiores - responde Diana entusiasmada - estoy un poco nerviosa, pero creo que lo haré bien. Encontré un piso bastante económico cerca de aquí. La verdad quería vivir sola en lugar de un dormitorio y no quería desaprovechar esta oportunidad considerando la zona. 

      - Espero que todo vaya bien con tu maestría. La vida aquí no es fácil, si quieres lograr algo, tendrás que sobrepasar la determinación de los demás. Así es el ritmo incansable de Seúl. Una jaula llena de leones si no aprendes a domarlos. 

       - Creo que ya me estoy comenzando a preocupar - apunta Diana después de imaginar a sus profesores como leones hambrientos, y ella, como una inocente gacelita. 

      - No pasa nada - se ríe el chico a modo de disculpa y enseñando sus dientes blancos y perfectos. 


¡Qué amable! Piensa Diana agradecida de haberse topado con un chico tan amable y guapo como él. Y siguen avanzando unos minutos más en silencio sobre una pequeña loma. Bordean algunos restaurantes y bares clandestinos cuyos letreros de neón yacen cubiertos de hollín, siguen derecho por otras tantas de tiendas de ropa clandestinas y uno que otro pequeño motel. Diana mira absorta todo a su alrededor y siente que se acaba de adentrar en una Corea oculta de los grandes edificios y la avenida principal. Al poco tiempo, se detiene frente a un edificio blanco de siete plantas casi al final del camino. El edificio no parece antiguo, pero luce bastante desgastado. La planta baja es un parqueadero abarrotado de carros de lujo y bicibletas de todo tipo y tamaño. Tras franquear la puerta metálica de la entrada, entran a un pequeño recibidor. Algunas macetas con frondosas plantas reposan en las esquinas y las paredes ya están descoloridas. El recibidor da la impresión de estar abandonado desde hace mucho tiempo, y en una esquina, yacen acumulados anuncios de comidas rápidas y partes de bicicletas. Lo único que no luce desgastado, además de los autos estacionados afuera que contrastan con todo el lugar, son las escaleras ubicadas al fondo. El piso parece ser brillado con frecuencia y los pasamanos están limpios. El chico avanza y sube las escaleras sin ningún esfuerzo. Uno, dos... cuatro... siete pisos. En su frente no hay una gota de sudor y su respiración no se escucha acelerada. Deja la maleta en el suelo.

       - Creo que hasta aquí la acompañaré

En el piso siete sólo hay dos apartamentos, uno al lado del otro, como gemelos. 

      - Muchas gracias - le dice de nuevo - y perdón por traerle hasta aquí
     - No es nada - repite él - si tienes hambre, en el restaurante de la esquina venden un Kimchi Jjigae bastante bueno

Entonces vive cerca... un momento ¿qué estás pensando? ¡céntrate!

     - Quizás en otra ocasión, por ahora sólo quiero descansar. ¿quieres algo de tomar? No tengo nada para ofrecerte ahora pero si me esperas...
      - No gracias, debo irme

Y el chico sale y la roza un poco. Siente un aroma, un aroma a lluvia y limón. Diana recuerda el olor a tierra mojada y a hierba recién cortada en las mañanas en su país.

     - Buenas noches... Diana - dice él con una voz gruesa y dulce a la vez, antes de desaparecer corriendo por las escaleras. 

El corazón de Diana se detiene un instante y se queda observando las escaleras vacías ¿Acaso escuché mal? Él... ¿cómo sabe mi nombre?



El piso es sencillo, espacioso y cómodo. Una ganga escondida en medio de Seúl. En la entrada, hay un pequeño espacio para guardar los zapatos tal y como muestran en las películas. El piso es de madera y las paredes son delgadas. Desde la entrada se sigue por un estrecho corredor que desemboca en una amplia sala para ser un officetel [2]. Al lado izquierdo está el baño con unos lindos azulejos y una regadera pegada al lavamanos. Lo que le parece divertido es el pequeño segundo piso, tan cercano al techo, que le toca agacharse para entrar. Vuelve a bajar y abre las cortinas. La luz de las farolas logra iluminar el apartamento y se da cuenta que no tiene tan mal paisaje. Los techos y las azoteas de las casitas de Itaewon, parecen pequeños retazos de cemento iluminados por las luces de la ciudad, y a lo lejos, la torre Namsam emerge entre ellas como un faro de esperanza en lo alto de la montaña. 

Diana abre el armario y encuentra algunos ibul [3] arrumados. Los saca, los extiende en el suelo de la sala y se acuesta boca arriba sobre ellos en la oscuridad de la habitación. La sombra de los coches que pasan, opacan momentáneamente la luz de la calle reflejada. Él debe estar trabajando por aquí cerca. Piensa. Diana busca su celular y comienza a buscar algo aunque no sabe exactamente qué hasta que termina en sus contactos y lee su nombre: Miguel. Ella lo lee y lo relee, separando en su mente cada una de las letras mientras su pulgar juguetea entre llamarlo y no. Siente un vacío en el corazón. Después de intentar por todos los medios de salir adelante, de olvidarlo, de alejarse lo más posible de él, la vida la atrae hacia él de nuevo como si de un imán se tratase... ¿porqué la vida es tan irónica? Y antes de cometer la estupidez de llamarlo, arroja su celular lejos de ella, y entristecida, se envuelve dentro del futón. En cuanto cierra los ojos, viene a su mente la imagen de aquel chico guapo. Sus ojos negros como la noche más oscura, su mirada profunda y fría como un lago congelado, su espalda ancha y su piel perfecta. Recuerda su aroma a lluvia y limón. Un aroma que no puede ser imitado porque está perfumado de sí mismo. El chico que huele a primavera. Sonríe. Y en medio de sus pensamientos, Diana se queda dormida.  


[1] El mandu es un tipo de pasta rellena muy típica en la gastronomía asiática. Se parece un poco al concepto de las empanadas en latinoamérica
[2] Los officetel son apartaestudios que ofrecen en Corea del Sur. 
[3] Son edredones a modo de colchón que usan los coreanos para dormir en el suelo.

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